Ylos médicos?
¿Hasta cuándo permanecerán pasivos los médicos ante el desastre que es la guerra del narco como
estrategia de salud pública? ¿No es hora de que le entren al debate
público? Así como van las cosas, la salud pública está quedando al
servicio de una estrategia ante las drogas que es indefendible desde un
punto de vista médico. Y para muestra, un botón:
El martes pasado el presidente Peña anunció que las fuerzas armadas
entrarán a hacer labor de prevención contra el consumo de drogas. Al día
siguiente, el doctor Manuel Mondragón, titular de la Comisión Nacional
contra las Adicciones (Conadic), anunció que se cerrarán todos los
anexos, es decir, los internados informales para la atención de adictos,
por tratarse de lugares operados por delincuentes y debido a las nuevas estrategias que implementarán para que el Estado asuma la responsabilidad de rehabilitar a los enfermos. El ejército será la panacea. Las fuerzas armadas, que ya la hacen de policías improvisados, ahora asumirán también la labor de prevención de adicciones. Al mismo tiempo, se cierran por decreto miles de centros de tratamiento informales.
Los llamados
anexosusualmente siguen el sistema de 12 pasos de Alcohólicos Anónimos. En su gran mayoría son ilegales porque no se conforman a la norma oficial mexicana NOM-028-SSA2, expedida en 1999, que marca requisitos para los establecimientos residenciales para adictos. Algunos de esos requisitos son relativamente caros, como contar con apoyo de personal médico, o tener camas individuales para los adictos. La gran mayoría de los anexos no cuentan con nada de eso.
Además, tal como expresó Mondragón, en muchos casos los internos de
los anexos han sido literalmente secuestrados y se encuentran en
tratamiento contra su voluntad. Lo que no dijo el doctor es que esos
raptos se hacen usualmente a petición de los parientes de los adictos,
que ya no pueden controlarlos y no encuentran forma de salvarlos.
Usualmente, los
padrinos(o encargados) de los anexos son antiguos alcohólicos o drogadictos, convertidos a veces al protestantismo o regresados al catolicismo, que crean fórmulas de tratamiento basadas en los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos, aderezadas con una buena dosis de experiencia personal. Por ejemplo, a veces cuando raptan a un adicto para internarlo lo
encobijan, como hacen los narcos cuando levantan a alguien, para que el adicto llegue al anexo entendiendo bien lo cerca que está de caer en las manos mortíferas de los narcos.
En Michoacán, Los caballeros templarios financiaban una red de anexos que usaban como plataforma de reclutamiento. En teoría, los templarios no
debían consumir drogas, sino únicamente venderlas, y los anexos
resultaban útiles para enganchar personal que conocía de drogas, pero
que quizá las había dejado de consumir. O sea que la intervención del
aparato de salud pública está ampliamente justificado. Sin embargo, la
intervención del Conadic parece más ideológica que médica. Cerrar todos
los anexos de un plumazo es ante todo un golpe mediático.
Según investigadores que han estudiado los anexos, en el Distrito Federal las familias de los
anexadospagan entre 250 y 650 pesos al mes para mantener a sus parientes adictos. Los encierran porque ya no los controlan, y porque temen por sus vidas. Y porque no hay lugar para ellos en establecimientos públicos, ni dinero suficiente para pagar los establecimientos particulares que sí cumplen con la NOM-028. De hecho, resulta impensable que con cuotas así de bajas los anexos puedan costear lo que quiere la normativa de la Secretaría de Salud. Si el Estado quisiera mejorar las condiciones de los adictos, tendría, o bien que subsidiar a los anexos, o construir una capacidad de tratamiento en establecimientos públicos que actualmente no existe, y que no se construye de la noche a la mañana.
Según el Conadic, hay unos 14 mil anexos en el país,
comparados con 2 mil centros de tratamiento residenciales aceptados
(públicos y privados). No conocemos el número de pacientes que se estén
tratando en esos anexos. Al parecer, algunos tienen capacidad para 10
internos, otros para 60 o más. Si los cierran todos, ¿qué será de los
adictos que están en ellos?, ¿qué de sus familias? Si cada anexo tuviera
sólo 10 internos, ¿tiene el gobierno recursos para pasar a 140 mil
adictos a establecimientos que cumplan la normativa?
La actitud del establishment de salud pública en este caso se parece al que privó cuando se cerró el albergue La Gran Familia de Mamá Rosa:
clausura establecimientos, criminaliza al personal que trabaja en
ellos, y hace un circo mediático sin tener solución real del problema.
El Estado no se ve a sí mismo como aliado de las instituciones que
están sacando la chamba de tratar adictos. En vez de ello, se erige en
un predicador del deber ser. No hay datos que sugieran que la mayoría de
los anexos sean llevados por delincuentes. En cambio, ¿qué apoyo están
recibiendo actualmente del Estado las familias de los adictos que pagan
el tratamiento de sus parientes? El Estado criminaliza a los
padrinosde los anexos, sin reconocer que son ellos quienes, mal o bien, están apoyando a las familias de los adictos.
Por eso la intervención en este caso pareciera ser ideológica antes
que médica. En su discurso del pasado martes –refrendado al día
siguiente por Mondragón–, el presidente Peña comienza diciendo que
las drogas y las adicciones son enemigos de nuestra sociedad, que debemos combatir unidos, con decision y firmeza.
¿En verdad todas
las drogasson enemigas de nuestra sociedad? ¿Cuáles drogas son enemigas y cuáles no? ¿Cuáles se deben
combatir con firmezay cuáles se podrían tolerar o regular? Es científicamente sabido –y recontrasabido– que la mariguana es menos dañina que el alcohol, pero no
combatimos con firmezapor igual el alcohol que la mariguana. ¿Por qué? Peor aún, un muy conocido artículo del año 2000 de la revista médica Lancet muestra que en Gran Bretaña el alcohol causa más daño, tanto al usuario como a la sociedad (proporcional al número de usuarios), incluso que la heroína y la cocaína, y desde luego muchísimo más daño que las metanmfetaminas y la mariguana . La política de México sobre drogas no ha sido diseñada con base en una discusión pública que se fundamente en conclusiones médicas.
Y el silencio de los médicos al respecto comienza ya a tornarse en complicidad. Claudio Lomnitz
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