Contrastes y Ficciones
El resonante triunfo
(al menos en medios y por mientras) sobre la sección 22 de la CNTE
infundió en el priísmo de clase una sensación de renovado espíritu de
cuerpo. Contar con una mayoría legislativa que, aunque apenas roza 30
por ciento del voto emitido, lo presentan con la legalidad suficiente
para aprobar, sin mayores contratiempos, los programas complementarios
del sexenio. Atrás quedaron certificados infortunios: inseguridad
creciente, fuga de El Chapo, impunidades notorias, violaciones
constantes a los derechos humanos, ridículas ineficiencias en la
Procuraduría General de la República, ralo crecimiento del PIB,
devaluación monetaria y otras lindezas por el estilo. Nada arredró a la
cúpula partidaria enfundada en sus rojas chamarras sobrepuestas. Fueron,
como de costumbre, por una pretendidamente rumbosa celebración a puerta
cerrada. La realidad y sus avatares quedó suspendida o francamente
desterrada de las mentes y las ambiciones ahí presentes.
La sensación que flotó en el ambiente, sin embargo, contravino la
expresa consigna de postergar la ya desatada carrera sucesoria con
vistas a 2018. Y, aunque el Presidente reclamó para sí el designio de
tiempos y candidatos, los augurios de problemas mayores por venir no
presagian tersuras y obediencias en esa ruta. Se espera, sin embargo,
que la disciplina acostumbrada en estos menesteres –otrora férrea–
auxiliará en el cometido manifiesto de la exitosareunión.
Lo notable y a contrapelo de la celebración corrió a cuestas de la reciente muchedumbre de nuevos pobres bien documentados por el Coneval. Dos millones de ellos en sólo dos años (2012 a 2014) habla, de manera por demás elocuente, del inexistente alegato justiciero de las élites nacionales encargadas de conducir el desarrollo del país. Un desarrollo que ha pasado por incontables promesas: compartido a veces, justo las demás de sus menciones y, en otros desplantes acelerado aunque repetidamente frustrado por sus lentos, trampeados o inconvenientes resultados. El análisis de la citada agencia, basado en la encuesta del Inegi sobre ingresos y gastos de los hogares, muestra a las claras una serie de molestas evidencias que, a pesar de su fardo de ingredientes negativos, no empañó y menos contuvo los cánticos y loas al positivismo responsable del priísmo.
El contraste de tan evidente realidad de pobreza, respecto del
ánimo autocelebratorio, no pudo ser más discordante. Fue quizá por ello
que se le desterró del discurso presidencial. La subsiguiente prédica
contra el populismo quedó así ensartada en una historia, de más de 30
años, que entreteje constantes promesas de paraísos inminentes terciados
con valientes decisiones y reformas dolorosas pero necesarias. Ni aun
aquellos de los asistentes al acto que se atreven (siempre en privado) a
disentir de las versiones oficiales expresarán, por ahora al menos,
alguna crítica al respecto.
El griterío, orquestado con tonos menores desde unas gradas apeñuscadas con acarreados por los ineludibles que desean, a toda costa, exhibir su músculo populachero, no llegó por ahora a ser ingrediente destacable. El aplausómetro de los priístas, sin embargo, recayó, a pesar de todo, sobre sus personajes predilectos que, con discreto temor, los arroparon en sus inquietas vanidades. Todos ellos saben, además, que los aplausos corren por dispares rumbos: favorables ciertas veces, pero, en otras ocasiones, provocadores de vengativos celos.
Junto con las nuevas pobrezas y las pérdidas de ingresos para las mayorías nacionales quedó consignado el enorme hueco de las desigualdades imperantes. Fenómenos por demás complementarios y engorrosos para un priísmo que los han procreado como productos de sus subordinaciones y traiciones. Han sido ellos los que han creído gobernar durante la mayoría de estos decadentes años que van, de inicios de los ochenta del siglo pasado (sólo cortados por la irrupción, digna de olvido, de los panistas) hasta el presente. Y lo han creído porque, salvo raras excepciones, no han tenido cabida en el diseño de tan cruentas políticas económicas y sociales de acumulación desmedida. En sus núcleos, llamados estructurales, se han impuesto las visiones e intereses de los centros mundiales de poder adobados con los de la plutocracia interna. Son esas políticas, prédicas y prácticas las engendradoras de tan cruentas realidades para el bienestar del pueblo que el priísmo, ese de nuevo cuño celebratorio, ha hecho suyas.Luis Linares Zapata
El griterío, orquestado con tonos menores desde unas gradas apeñuscadas con acarreados por los ineludibles que desean, a toda costa, exhibir su músculo populachero, no llegó por ahora a ser ingrediente destacable. El aplausómetro de los priístas, sin embargo, recayó, a pesar de todo, sobre sus personajes predilectos que, con discreto temor, los arroparon en sus inquietas vanidades. Todos ellos saben, además, que los aplausos corren por dispares rumbos: favorables ciertas veces, pero, en otras ocasiones, provocadores de vengativos celos.
Junto con las nuevas pobrezas y las pérdidas de ingresos para las mayorías nacionales quedó consignado el enorme hueco de las desigualdades imperantes. Fenómenos por demás complementarios y engorrosos para un priísmo que los han procreado como productos de sus subordinaciones y traiciones. Han sido ellos los que han creído gobernar durante la mayoría de estos decadentes años que van, de inicios de los ochenta del siglo pasado (sólo cortados por la irrupción, digna de olvido, de los panistas) hasta el presente. Y lo han creído porque, salvo raras excepciones, no han tenido cabida en el diseño de tan cruentas políticas económicas y sociales de acumulación desmedida. En sus núcleos, llamados estructurales, se han impuesto las visiones e intereses de los centros mundiales de poder adobados con los de la plutocracia interna. Son esas políticas, prédicas y prácticas las engendradoras de tan cruentas realidades para el bienestar del pueblo que el priísmo, ese de nuevo cuño celebratorio, ha hecho suyas.Luis Linares Zapata
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